Choque cultural inverso | Capítulo 6: Volver en tiempos de pandemia

Llegué en febrero. 
En marzo se lio muy parda. 
Y así fue como se acabó mi luna de miel. 
¡Chin pon!



Anna Shvets en Pexels

La pandemia mundial me pilló recién llegada y confieso que "me alegro" de que así fuera. No quiero ni imaginar cómo estaría ahora si siguiera viviendo en Berlín. 

Puedo empatizar fácilmente con todas esas personas emigradas que ahora mismo viven la incertidumbre global y la propia de estar fuera de su país. Comprendo sus sentimientos encontrados, la culpabilidad y los miedos que surgen inevitablemente al estar lejos de sus familias. Son sentimientos que nacen en ausencia de estados de alerta sanitaria. ¿Cómo no van a aflorar, incluso con más fuerza, ante la situación actual? 

De ahí que no me sorprenda que la pandemia haya hecho a muchos emigrantes replantearse su situación y revisar su escala de valores, en la que puede que el trabajo ya no lo sea todo, como mencionan algunos de ellos en este artículo.  

En la presentación de mi libro "Patas arriba - Aventuras de una emigrante española en Berlín", su prologuista y gran periodista Andreu Jerez me preguntó algo así como que qué era lo peor que me podía pasar estando fuera. Mi respuesta fue inmediata: "perder a un ser querido y no poder estar allí cuando eso pasara". Esa respuesta la supe siempre, desde el momento en que me fui a vivir a Alemania, pero fue inmediata porque, lamentablemente, ya me había pasado.  

Sé que éste pretende ser un blog en el que afrontar con buen humor el choque cultural inverso, pero sabréis perdonar y entender que me ponga un poco más profunda con este tema. Con esto solo quiero decir que la situación actual agudiza esos sentimientos porque, en el fondo, todos los tenemos ya al partir. 

Es un hecho, la situación actual nos ha hecho encararnos de bruces con nuestras prioridades, revisarlas y, en muchos casos, modificarlas. A mí no fue la pandemia la que me provocó este cambio, sino perder a mi padre. De ahí que entienda muy bien que ahora, muchas de esas personas que están fuera se planteen volver, pese a todo. Pese a que este es un país con muchas contras en el ámbito laboral, pese a que ya se tenga una vida relativamente estable y consolidada en el país de acogida, con lazos sociales muy fuertes, incluso con una familia creada. 
Entiendo también a todas aquellas personas que, pese a este fuerte revés sanitario, a todas las dudas existenciales y todos los miedos que les genera con respecto a sus familias, deciden quedarse. Porque, como dije, este momento que atravesamos no ha hecho para muchos más que agudizar un sentimiento con el que ya estaban familiarizados. 

Para mí ha sido esencial la ayuda psicológica. Si ya de antemano el duelo migratorio se me estaba haciendo muy cuesta arriba, ni qué decir tiene que con la pandemia (y su consecuente duelo por la "antigua normalidad") todo se complicó mucho más. Así que desde aquí quiero agradecer mucho la ayuda de Celia Arroyo, que no solo es una psicoterapeuta excelente, sino que está muy sensibilizada y especializada en los problemas emocionales de la migración, el choque cultural y el, ya mencionado, duelo migratorio. 

Por acabar con buen sabor de boca... os dejo el enlace al último episodio de mi podcast "El gemido de una gamba", donde he tenido la oportunidad de charlar con una investigadora del humor como la copa de un pino, Natalia Meléndez Malavé, a la que sin ningún tipo de vergüenza le confesé que mi premisa es que en España no somos tan graciosos como nos creemos. (Tesis que, por cierto, se me desmonta día tras día, ¡por suerte!). Ella tiene una respuesta muy graciosa: "claro, es que tú habrás idealizado esto...". ¿Idealizar? ¿Yooooo? Está claro que no has leído mi anterior artículo
 
A todos y a todas, estéis donde estéis, os mando mucho ánimo. Y si necesitáis ayuda, pedidla. Es muy importante, ahora y siempre. 

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