Choque cultural inverso | Capítulo 2: "He vuelto... ¿Y mi homenaje?"
A ver. No. No es que esperara un despliegue monumental (ni minimal) con alfombra roja, pancartas con corazones, vítores y aplausos. Pero llegar y darte cuenta de que hay un ritmo al que debes adaptarte y ni de lejos esperar que en algún momento sea al contrario, tiene su punto de crudeza. Vuelves, causas mayor o menor revuelo, pero ya has vuelto. Ya te quedas. ¡Ya nos veremos!- escuchas decir. Cuando hacía unos meses te habían dicho "cuando estés aquí, cuando tengamos tiempo...". ¿Qué tal ahora? Sin homenaje, va, solo un café...
Vuelves. Allí dejaste a la familia de acogida, las amistades que hicieron de tu vida en el extranjero una experiencia mucho más reconfortante y plena. También dejaste a mucha gente preguntándote, en cuanto se enteraban de que te ibas, si podían alquilar tu piso.
Aquí tienes que buscar nuevo piso, trabajo, forjarte una nueva vida, restablecer la red y avisar de que has vuelto... para quedarte. Pero todo va a un ritmo que perdiste cuando emigraste, así que es fácil entrar al baile con el pie cruzado. Los tropiezos están a la orden del día cuando retornas.
Nuevamente, esto era algo que de alguna manera se podía anticipar con la experiencia de las visitas. Venías para ocho días de media. Hacías malabares para ver a todo el mundo. Para ti eran tus vacaciones, tu momento excepcional del año, los días en los que buscabas el amor y el cariño de tu gente. Todo estaba sujeto a los esfuerzos de cada cual para que se pudieran dar esos encuentros y darles su toque especial, porque eran eso: excepcionales. Querías echar un buen baile y acabar la visita con un cabriole. Y no siempre ocurría. Había vacaciones que salían redondas y otras eran más bien desastrosas.
Una vez que te asientas de nuevo en tu tierra, al poco tiempo lo excepcional se esfuma. Generas curiosidad, todo lo más, la misma que en las visitas, hasta que ya se acostumbran a verte. Es en ti en quien recae la responsabilidad de hacerlo extraordinario. Se da la paradoja de que donde había magia (cuando la había) hay ahora toda una rutina por crear.
Así que este relato de hoy no va de recriminar la ausencia de un homenaje, sino más bien de cómo darte tú el homenaje. Has vuelto, por lo que sea, y ahora te toca recolocarte, reencontrarte, reinventarte, repensarte... Y en todos esos "re-algo" hay una cuestión que me parece importante (y que desde Volvemos recalcan con pasión): poner en valor tus años fuera, tu experiencia en el extranjero, todo lo que has aprendido, todo lo que traes en la maleta y que puede hacer de tu experiencia del retorno menos agitada, más creativa, mucho más productiva.
No deja de ser un nuevo proceso migratorio, con la diferencia de que es a tu tierra, un lugar donde han seguido las cosas sin ti. Así que llega la hora de acoplarte, de pillar el compás y de encajar en la coreografía los nuevos pasos de baile que aprendiste.
No tengas miedo y, aún menos, dejes que esa voz que surge en momentos de cierta vulnerabilidad, esa crítica interior siempre dispuesta a sabotear tu talante, te impida escuchar la música. Puede que suscites recelos, incluso envidias, pero qué quieres que te diga, haber estado fuera te ha dado nuevas perspectivas de las cosas y ese aprendizaje vale oro, no lo olvides. Tú eres quien ha de darle el valor que tiene, sacarle lustre y hacerlo brillar.
Te recomiendo por último leer este artículo: "Migración y vergüenza" de Celia Arroyo. Probablemente, te reconocerás en él al recordarte en ciertas situaciones en el extranjero. Si bien se refiere a esa situación, a la de vivir en el extranjero, volver, no lo olvidemos, sigue siendo migrar.
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